No me gusta tener la mente tan llena de pensamientos, todos a la vez, uno arriba de otro, todos apurados; aplastándose, como la gente que viaja en subte. No pueden respirar, se ponen todos de mal humor, transpiran y se les abolla todo. Y ahí estás vos, mirando como todas tus ideas van quedando apelmazadas, una más inservible que la otra ( vos más inservible), porque colapsaron, porque son muchas y a vos te gusta viajar en bici, no en subte. Te gusta que te de el viento, y te gusta ir sola y tranquila, con la velocidad que vos elijas. Te gusta ir comiendo sin preocuparte de que venga uno, te aplaste y te llene la ropa de crema pastelera. Así criaste a tus ideas, y ahora cuando no les dejás espacio se ponen como locas, vos te ponés como loca, y no podés hacer ni lo uno ni lo otro; y para colmo, la respiración está apretada, pasando por un tubito muy muy finito. Y es difícil ir contra esta marea, porque es esta realidad la que le dedica la aceleración a las personas, a sus vidas y a sus pensamientos; y convengamos que la realidad no es poca cosa. No te podés frenar porque te dejan en la estación, y tenés que tener suerte para que se den cuenta que vos te quedaste ahí, esperando, y decidan volver por vos. Y ahí es cuando decís “pero ma’ si , ¿qué me importa a mi que me vengan a buscar y me hagan viajar apretada?”. No será nada fácil, pero subís las escaleras, y ya podés empezar a tomar un poquito de aire, y el tubito se va expandiendo, y de a poquito tus ideas respiran, y caminan, no corren; y se saludan, no se aplastan. Y ahora podés hacer esto y aquello, hasta que te encontrás de nuevo con la escalera que va abajo, y ahora, ¿vas a bajar?¿justo ahora?
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